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Las obras de Francisco de Goya (Fuendetodos, 30 de marzo de 1746 - Burdeos, 16 de abril de 1828) son parte esencial del imaginario colectivo de la modernidad. Sus retratos y autorretratos, sus visiones de la Guerra de la Independencia, sus series de grabados, sus Pinturas negras se han convertido en iconos emblemáticos de un arte que a partir de la revolución francesa dejó de ser espejo del Antiguo Régimen para convertirse en imagen crítica de una sociedad deshumanizada y caótica.
En el paso del siglo XVIII al XIX, Goya fue uno de los pocos pintores capaces de expresar el espíritu de una época ruda y violenta. Sus pinturas y grabados, revolucionarios e innovadores, se difundieron rápidamente convirtiéndose en espeluznantes alegatos en contra del oscurantismo, la guerra y los abusos del poder. A Goya se le consideró el artista rebelde por excelencia, defensor del sentimiento y la expresión frente al orden académico, del subjetivismo frente a la imitación y de la originalidad frente a la tradición.
Como consecuencia, las obras de su primera etapa, aquella en la que aún se enmarcaban en el inmóvil paraíso de lo bello, quedaron asfixiadas, cuando no perdidas, en el magma artístico de las últimas décadas del siglo XVIII. Una etapa tradicionalmente considerada menor, sin caer en la cuenta de que el Goya de los fusilamientos, caprichos, desastres y disparates, no es otro que el Goya que se forma con maestros italianizantes en Zaragoza, que ambiciona el reconocimiento de la oficialidad artística de la Corte, que emprende viaje a Italia para aprender de los clásicos, y que al volver vuelca en sus pinturas y grabados todo lo asimilado en la Ciudad Santa.
Entre mayo-junio de 1769 y febrero-marzo de 1770, Francisco de Goya de veintitrés años de edad o quizá veinticuatro muy recién cumplidos atravesó la Puerta del Ángel de Zaragoza, la antigua Colonia Inmune de Caesar Augusta fundada hacia el año 15 a.C., y emprendió por su cuenta y riesgo viaje a Roma.
Años antes de alcanzar Roma, Goya ya conoció la pintura de tradición italiana en una Zaragoza que en el siglo XVI se había hecho eco tanto de la maniera flamenca como del clasicismo rafaelesco, y que en la siguiente centuria miró igual a la corte madrileña que a Roma y Nápoles. Rostro bifronte que adquirió fisonomía en la figura de Jusepe Martínez, pintor que emprendió el camino italiano para apurar su formación y ennoblecer la pintura.
Gracias al Cuaderno Italiano y a sus pinturas tras el regreso de Roma, conocemos los intereses artísticos de Goya en tierras italianas, pero sabemos poco de lo que pudo pintar allí. Aparte del cuadro que presentó al concurso de Parma, entre las escasas obras que se le pueden asociar destacan algunos cuadritos de argumento mitológico cuya huella aún se percibe en algunas obras de su producción posterior.
Del Goya romano tampoco se tiene certeza sobre cuál fue su modo de vida y en qué lugar vivió. De conocerse se podría llegar a saber quiénes fueron, si los hubo, sus patrocinadores, el clima cultural en el que se consolidó su formación e incluso su círculo de amistades. No obstante cabe pensar que entró en contacto con los pensionados españoles, con los artistas aragoneses que vivían en Roma desde hacia algunos años, como Juan Adán y Manuel Eraso, y que quizá recibió soporte de aquellos que se movían en las altas esferas sociales, sea el caso de José Nicolás de Azara.
En definitiva, el objetivo básico de Goya e Italia es mostrar en toda su grandeza y genialidad el universo creativo de Goya en relación al mundo italiano y, en particular, al de Roma, tomando como punto de referencia la estancia del pintor aragonés en la caput mundi artística que era Roma. A partir de las relaciones de Goya con sus contemporáneos tanto en su etapa de formación en Zaragoza, como en Madrid y en Roma, la exposición desarrolla asociaciones transversales que permiten situar las coordenadas epocales de un Goya que vive e innova con plenitud el arte de una época dominada tanto por la cultura visual del rococó francés como por la cultura de raíz clásica, aunque también barroca, italiana, culturas que se intersecan en Roma gracias a los artistas de todos los países europeos que residen temporalmente en la ciudad en la segunda mitad del siglo XVIII.