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La influencia de Goya sobre la cultura y el arte contemporáneos es cada vez más patente. La historiografía tradicional señaló, en su momento, las influencias estilísticas y el carácter de precedente que poseía el artista aragonés para muchos de los movimientos que definen el arte de los siglos XIX y XX: impresionismo, simbolismo, expresionismo, surrealismo, etc. En la actualidad, resulta evidente que la influencia de Goya trasciende tales ámbitos, con ser éstos muy importantes. Francisco Goya es una figura central para comprender el mundo moderno, precisamente en lo que éste tiene de modernidad. La condición de la subjetividad, la presencia de la irracionalidad, la importancia del cuerpo y de la sexualidad, la violencia y el terror, la constancia del miedo son algunos de los aspectos sobre los que las pinturas, los dibujos y los grabados de Goya arrojan una luz intensa. No son pocos los artistas que, directa o indirectamente, se mueven en la claridad que semejante luz proyecta, haciendo suyos muchos de esos temas y permitiéndonos comprender de una forma inquietante el mundo en el cual vivimos.
Goya está presente de modo explícito en artistas que tuvieron en cuenta tanto su iconografía cuanto su estilo en el momento de pintar, tal como sucede con Manet, se interesaron por sus grabado y pinturas, es conocido el interés de Delacroix por las estampas de los Caprichos, quienes lo tuvieron como uno de sus maestros coincidieron, no sabemos si conscientemente, con algunas de sus propuestas y de su mundo, o hicieron del artista aragonés protagonista de algunas de sus obras.
Esta exposición pretende ofrecer la relación entre Goya y otros artistas modernos a partir de los ejes que esos temas permiten establecer. Pensamos ahora en artistas tan diferentes estilísticamente como Füssli, Géricault, Manet, David, etc. en el siglo XIX, y Kubin, Picasso, Ensor, Saura, Grosz, etc. en el XX. Entre todos ellos, y otros que son mencionados en la "relación de obras", más allá de las diferencias que pueden existir, encontramos afinidades que la exposición se propone esclarecer, dando lugar así a una reflexión sobre la condición misma del mundo moderno, sus luces y sus sombras.
Las formas de vida y los "personajes" que crea la nueva sociedad aparecen en muchos dibujos de Goya en los que se ocupa del trabajo y de los cambios que el mundo urbano ha introducido, así sucede, especialmente, en los dibujos realizados al final de su vida en Burdeos, también en los anteriores. El artista aragonés se perfila aquí como el antecedente directo de aquel "pintor de la vida moderna" sobre el que escribió Baudelaire y que tiene en algunos de los dibujantes e ilustradores del siglo XIX, especialmente en Daumier y Charles Meryon, a algunos de sus mejores representantes.
Un aspecto especial de esta sociedad es la importancia que concede al retrato y al autorretrato, allí donde la subjetividad individual se hace más explícita, un género que Goya transforma (La marquesa de Lazán, h. 1804; Leandro Fernández de Moratín, 1824; etc.) y que cabe comparar con los que pintan artistas como Füssli, David, Géricault, etc. Si algo llama profundamente la atención en los retratos y autorretratos del mil ochocientos es la proyección de la personalidad, al margen de los elementos ornamentales y de estatus que habían caracterizado al género en los siglos anteriores. La obra de Géricault es, a este respecto, profundamente ilustrativa de la nueva situación.
La reacción ante las situaciones creadas por ese mundo moderno y sus concretas formas de existencia trae consigo una valoración del acento personal y de las formas expresivas que, si apuntan con fuerza en el siglo XIX, son rasgo determinante del arte propio del siglo XX. Munch, Kirchner, Rouault, Dubufett, Auerbach, Kossoff, Saura, Baselitz, Kline, Appel, etc. son algunos de los artistas que de una forma más enérgica han mostrado la importancia de la expresión original, del gesto y de la rebeldía ante las convenciones. Estas notas pueden aplicarse también de forma colectiva a grupos y movimientos del arte del siglo XX, al expresionismo europeo y al expresionismo abstracto estadounidense, por ejemplo, de los que aquí ofrecemos algunas muestras.
El surrealismo y el expresionismo son los más conocidos entre aquellos movimientos que destacan aspectos ocultos y habitualmente negados, cuando no reprimidos, de la subjetividad humana. La sexualidad, la importancia del cuerpo, su metamorfosis, las transformaciones que sufre en el paso del tiempo y en la agresión son motivos centrales de la cultura y del arte contemporáneos que proporcionan una imagen matizada de la persona humana y ponen en cuestión la supremacía de la razón tal como la Ilustración la había pensado. La figura de la mujer se convierte en protagonista de muchos de estos artistas y, con ella, los problemas planteados por la sexualidad y el inconsciente (Füssli, Kallipyga, 1810-1820, Klinger, Ansiedad, 1878-1880; Munch, Madonna, 1895-1902; Ensor, La gama del amor, 1921; Dubuffet, Corps de dame, 1950).
A este respecto, conviene recordar que Goya se adentró en numerosas ocasiones en ese mundo donde la irracionalidad, incluso el absurdo, tienen su mayor protagonismo: hizo de las Pinturas negras un icono de la modernidad y convirtió sus Disparates en la reflexión más radical sobre la nueva situación creada. Si la Ilustración afirmó el valor de las luces de la razón, cabe decir que la pintura de Goya se convierte, ya desde el principio de la modernidad, en la sombra que acompaña siempre a esa luz, en la irracionalidad que acompaña siempre a la razón. Esta perspectiva alienta también en muchos de los artistas que a lo largo del siglo XX crearon una imagen personal, poco convencional, de la realidad y de la mirada sobre esa realidad (Kubin: Verkhert, c.1940, Bacon: Three studies for a portrait of Peter Bear, 1975, Picasso).
Violencia, crueldad y terror son algunas de las causas que determinan esta reacción subjetiva y personal, pero también colectiva, social. Los historiadores señalan que el siglo XX ha sido, quizá, uno de los más violentos, aquél en el que el número de víctimas ha sido el más elevado, y también aquél en el cual las víctimas dejaban de ser contendientes y pertenecían al conjunto de la población civil. En paralelo, cabe decir que ha sido en este tiempo cuando con mayor nitidez se han expuesto tanto los efectos de la violencia y de la crueldad, cuanto su ilegitimidad. Nos atrevemos a asegurar que la obra de Goya está en el origen de esa concepción y que, lejos de justificar la violencia en algún tipo de ideas o banderas, señala sus efectos sobre los seres humanos, sobre las víctimas, con lo que proporciona un giro total a la visión que se había tenido de estos problemas hasta ahora. El pintor aragonés hace en Los desastres de la guerra la más enérgica y radical, también la más terrible, reflexión visual sobre esos hechos. Sus imágenes, las de las estampas pero también las de pinturas y dibujos que se ocupan de ese tema, constituyen la más completa iconografía y son origen de posteriores desarrollos visuales en la pintura de los siglos XIX y XX, muy especialmente de este último: Ensor, Dix (La Guerra, 1924), Klee (Weib u Tier, 1940), Music (Nous ne sommes pas les derniers, 1973), Motherwell (The Spanish Death, 1975), Morris (Continuities, 1988), Lam (La Guerra Civil, 1936; La noche, 1944) Kiefer, Millares, Castelao, Julio González (Máscara de Monserrat gritando, 1938; Pequeña Monserrat asustada, h. 1941-1942), Salvador Dalí (Premonición de la Guerra Civil, 1936), Sigmar Polke, (So sitzen Sie richtig nach Goya und Max Ernst), 1982), Picasso son algunos de los artistas que pueden mencionarse a este respecto, cuya obra podrá verse en la presente exposición