--CerrarPensando en cómo lanzar su carrera debió de madurar la idea del viaje a Italia, preceptivo para todo aquel que deseara afirmarse como artista. Ejemplos no faltaban desde el siglo pasado y menos aún entre los jóvenes aragoneses de su generación. Francisco pudo estar perfectamente al tanto, por frecuentar su padre el entorno de José Luzán, formado en Nápoles, y de
José Ramírez, cerca de cuya casa y taller habitaron precisamente los Goya en 1762, al tiempo que completaba allí su aprendizaje el escultor Juan Adán. Con él y con otros pensionados aragoneses se relacionó Francisco en Roma, según un documento del expediente matrimonial del pintor. La estancia en la Ciudad Eterna se prolongó desde el verano de 1769 hasta el verano de 1771. Inmerso en el cosmopolita ambiente del
quartiere spagnolo y de Piazza di Spagna, no lejos de la
Academia de Francia, peregrinará por los lugares obligados para quienes acudían a completar su formación en Roma, como prueban sus copias de estatuas clásicas en el
Cuaderno italiano, que no refleja, sin embargo, la manera sistemática con que afrontaban esta tarea los pensionados, constreñidos a rendir cuentas de sus progresos enviando obras a España. Sobrevivir allí con pocos recursos y sin ayuda era complicado. Debía optimizar su estancia y la mejor manera era obteniendo algún premio o reconocimiento de una institución académica. Así había conseguido Juan Adán un auxilio económico extraordinario de la de San Fernando en 1768, ganando consecutivamente varios concursos en Roma. Francisco, sin embargo, decidió preparar en 1771 un cuadro para la
Academia de Bellas Artes de Parma, cuyo certamen estaba abierto a extranjeros de todas las nacionalidades, tomando quizá ejemplo del anterior ganador, un francés apellidado Gibelin que habitaba a pocos pasos de Juan Adán. A Goya le bastó la mención de honor recibida por su
Aníbal vencedor, contemplando Italia por vez primera desde los Alpes, para obtener un marchamo internacional con el que optar a encargos de importancia en su patria.