--CerrarEn 1815 ejecutó el cuadro conmemorativo de la asistencia de Fernando VII a la junta de la
Compañía de Filipinas el 30 de marzo de ese año, de la que era importante accionista el suegro de Javier Goya. Gracias también a los buenos oficios de Vicente López, pudo todavía realizar en 1816 un último encargo del Palacio Real, la
Santa Isabel de Hungría asistiendo a un enfermo, para el gabinete de la reina Isabel de Braganza. De sus mecenas de antaño, no obstante, sólo los duques de Osuna se encontraron en condiciones de reclamar sus servicios, aunque también su fortuna había quedado muy maltratada por la guerra. El retrato de su heredero es del verano de 1816. De sus amigos afrancesados la mayoría vivía en el exilio, salvo Ceán Bermúdez, quien medió ante el capítulo de la catedral de Sevilla para que le confiara el cuadro de las
Santas Justa y Rufina en 1817. La muerte en 1818 de Carlos IV y María Luisa, desterrados a Italia por su hijo, sellará el final de una época gloriosa para el pintor aragonés. Ello no le sumió en la frustración, pues el arte era el motor de su vida y siguió trabajando en asuntos de su gusto, tal y como demuestran los cobres de la
Tauromaquia, serie que ilustra la historia de las corridas de toros en España desde la Edad Media y que fue tirada entre 1815 y 1816. En ella alcanzó su cima como grabador, pero siguió experimentando poniéndose a aprender la técnica de la litografía, cuyo primer taller se abrió en Madrid en 1819.
--CerrarEl 27 de febrero de 1819 Goya ya tiene la energía y los caudales suficientes para adquirir una nueva propiedad a orillas del Manzanares, una casa de recreo con su finca de unas 9,5 hectáreas que, al término del
Trienio Constitucional, pondrá a buen recaudo regalándosela a su nieto Mariano el 17 de septiembre de 1823. Popularmente conocida como
Quinta del Sordo, en ella hará vida de hacendado, plantando viñas e introduciendo mejoras para los cultivos, de los que se ocupaban hortelanos a su servicio. Todo ello debió de ayudarle a superar una grave enfermedad a finales de 1819, en que fue asistido por el médico Eugenio García Arrieta, junto al cual se retrató postrado en 1820. De hecho consiguió retomar su actividad, asistiendo el 4 de abril por última vez a una sesión de la Academia de San Fernando. Ese mismo año se produjo el alzamiento de Riego, que volvió a proclamar la
Constitución de 1812. El 13 de abril la prensa constitucional había celebrado a Goya como "príncipe de los pintores españoles de este siglo", proponiendo que "se le comisione por el Ayuntamiento para que dibuje o pinte lo que haya allí de pintable o dibujable
ad perpetuam rei memoriam y que el referido Goya es tan patriota que no dejará de admitir esta comisión". No es extraño que, tras la intervención de los
Cien mil hijos de San Luis para devolver a Fernando VII su poder absoluto, se asustara. La vida del septuagenario artista volvía a ensombrecerse, lo que le condujo a las amargas reflexiones vertidas en sus
Pinturas negras, con que cubrió las paredes del comedor y el gabinete de la Quinta, y en la serie de los
Disparates, grabados probablemente durante aquellos años. El 13 de noviembre de 1823, con la vuelta a Madrid del monarca, se desencadenó una ominosa represión y Goya decidió ponerse a salvo buscando la protección del abate José Duaso y Latre, aragonés bien introducido en la Corte, que le acogió durante el invierno de 1823-1824. En pago le hizo su retrato.