Clasificación
Francisco de Goya y Lucientes. Cesar- / augustano y Primer pintor de cámara / del Rey. Madrid, año de 1817 (ángulo inferior izquierdo, en un papel pintado en el lienzo). Original.
Historial
El cabildo metropolitano de Sevilla encargó esta obra a Goya gracias a la mediación del erudito y amigo del artista Ceán Bermúdez. El cuadro ya estaba bosquejado el 27 de septiembre de 1817. El 14 de enero de 1818 el cuadro era entregado. Goya recibió la cantidad de 28.000 reales por este lienzo que todavía se conserva en la catedral sevillana, ubicado en la sacristía de los Cálices.
Análisis artístico
El momento de la realización de este cuadro no era el más feliz de la carrera artística de Goya. El pintor ya contaba setenta y un años, además Vicente López acaparaba muchos encargos debido a la reacción conservadora, y sus cuadros de las majas aparecidos entre los bienes de Godoy había sido declarados como obscenos por la Inquisición. Seguramente por estas circunstancias su amigo Ceán intervino para conseguirle este encargo, y lo supervisó hasta el último detalle, decidiendo lo que se iba a representar, y hasta exigiendo tres o cuatro bocetos previos, de los que conservamos uno (Museo del Prado, Madrid).
Como el propio Ceán escribía en carta al coleccionista mallorquín Tomás de Veri, el cabildo quería la representación del martirio de las santas, pero dadas las medidas del lienzo Ceán pensó que sería más conveniente la representación de las santas de tamaño natural, para no distraer al sacerdote y a los fieles y moverles a la devoción a través de sus decorosas actitudes.
Efectivamente, las dos hermanas aparecen en pie portando sus atributos: las palmas del martirio, vasos de cerámica alusivos a su profesión de alfareras y el león al lado de Santa Rufina, que recuerda el momento en que el precepto romano Diogeniano la colocó en el anfiteatro a expensas de la bestia que actuó como si fuera una dócil mascota, lamiendo los pies de la joven. Ambas miran hacia el cielo oscuro, tan solo iluminado por dos haces de luz que recaen sobre sus cabezas. Al fondo se divisa la torre de la Giralda que solía acompañarlas en sus representaciones, recordando su procedencia. A sus pies el pintor incluyó una escultura pagana hecha pedazos en referencia al episodio en el que las santas destruyeron la imagen de la diosa siria Salambó cuando se negaron a vender una de sus vasijas como ofrenda a la deidad.
A pesar de los elogios de Ceán, el cuadro no fue bien acogido por los sevillanos, sobre todo por los artistas, quienes sentían que Goya les había arrebatado un buen encargo. Así comenzó una batalla entre los defensores del cuadro de Goya y los que lo querían desprestigiar, ambas partes expresándose a través de poemas y coplas que se extendieron por la ciudad del Guadalquivir. Decían incluso que Goya había tomado como modelos a dos prostitutas, una creencia popular que llegó incluso a la tinta de estudiosos como Yriarte, quién estaba convencido del escepticismo de Goya.
Otros estudiosos goyescos no valoraron este lienzo del artista por no responder a su estilo propio y carecer de fuerza, al parecer con el fin de contentar al cabildo. Sin embargo, la crítica moderna ha sabido apreciar la dificultad de un lienzo donde hubo que incluir variados atributos y para cuya ejecución Goya se documentó profundamente y visitó tres veces la ciudad. El resultado fue un lienzo donde se fusionan los tonos negros con vivos colores, al estilo de El Greco. Para la composición, el pintor sin duda se basó en la obra del mismo tema de Murillo (Museo de Bellas Artes de Sevilla).
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