La ultima comunión de San José de Calasanz
Clasificación
Fran.co Goya, / año 1819 (abajo, izquierda)
Historial
El 9 de mayo los Padres Escolapios del colegio de San Antón encargaron a Goya un cuadro de San José de Calasanz. El 27 de agosto de 1819 el cuadro se inauguraba sobre uno de los altares laterales de la iglesia. Más tarde fue trasladado al Museo Calasancio, en Madrid.
Sobre un precio estipulado inicial de 16.000 reales, Goya recibió la cantidad de 8.000 reales por adelantado. Pero al recibir el segundo pago, una vez concluida la obra, decidió quedarse sólo con 1.200 reales, devolviendo 6.800 como obsequio a su paisano santo. Conviene recordar al respecto la hipótesis de que Goya hubiera estudiado primeras letras en los escolapios de Zaragoza, y así se entendería la relación sentimental que le habría unido con este encargo. Poco después les envió además otra obra como obsequio, La oración del huerto.
Desconocemos los motivos por los que los Padres Escolapios encomendaron la realización de este cuadro a Goya, aunque se pueden establecer nexos indirectos a través de sus allegados, como Moratín o Ceán Bermúdez.
Análisis artístico
La escena representada se desarrolla en el 1648, año en el que fallece el fundador de las Escuelas Pías, San José de Calasanz, aquí arrodillado recibiendo la comunión, con las manos unidas en gesto de oración y expresión fervorosa en su rostro envejecido. Detrás del santo y el sacerdote se disponen horizontalmente una serie de figuras, adultos y jóvenes estudiantes que aguardan su turno para comulgar. El templo en el que se encuentran se intuye gracias a la arcada de la derecha, pero el fondo del lienzo es negro y neutro, tan solo atravesado por el haz de luz que apunta al santo.
Camón observa que esta obra se encuentra dentro de la tendencia que inició Goya a partir de la Guerra de la Independencia de pintar en tonalidades oscuras combinadas con toques de blancos calizos, amarillos oro y rosáceos, igual que hizo con las Santas Justa y Rufina de la catedral de Sevilla.
El artista ha sabido captar a la perfección la gran paz del alma en el umbral de la muerte, como dicen Gassier y Wilson. Es una obra de gran intensidad espiritual y la tonalidad pictórica contribuye a inmortalizar el solemne instante de la comunión. Destaca la técnica empastada del atuendo del sacerdote y el fuerte contraste entre la oscuridad que domina el lienzo y las partes iluminadas, sobre todo el rostro de San José. El resultado es un lienzo potente y original, propio de un genial artista que tenía entonces setenta y tres años y una enorme experiencia.
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