Clasificación
Fr. Goya / Aragones / Por el mismo / 1815 (a la izquierda, a la altura del cuello, incisa sobre la pintura).
Historial
Desconocemos si fue éste un retrato realizado por Goya para él mismo o para alguien de su entorno íntimo y familiar, o si por el contrario respondía a algún trabajo de encargo. Solía pensarse que se trataba de una copia del autorretrato de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, firmado y fechado en 1815. Tras una limpieza reciente de la obra se descubrió que éste también tenía una inscripción, que dota a la misma de un cierto carácter oficial. El hecho de que existan dos obras tan similares, ambas firmadas y fechadas, y sabiendo con certeza que la de la Academia fue entregada por Javier Goya tras la muerte de su padre, hace pensar que quizás ésta estaba también destinada a alguna de las academias de bellas artes de las que Goya era miembro, como Valencia o Zaragoza, aunque nunca se llegó a hacer la entrega.
En el inventario de bienes de Goya que hizo Brugada a la muerte del artista aparecían dos autorretratos de busto del pintor. Parece ser que uno de ellos se corresponde con el de la Academia, de modo que quizás el otro sea el que nos ocupa. Perteneció a Javier Goya, que lo vendió a Román Garreta o Román de la Huerta. La correcta identificación del comprador es asunto complicado pues en varios documentos aparece de una forma y otra. Sabemos que en 1866, por real orden del 5 de abril, el Museo de la Trinidad de Pintura y Escultura pagó al propietario la cantidad de cuatrocientos escudos por el retrato. En 1872, con la fusión del Museo de la Trinidad y el Museo Real, pasó a ser propiedad del Museo Nacional de Pintura y Escultura, actual Museo Nacional del Prado.
Análisis artístico
De todos los autorretratos que se conocen de Goya, éste es, junto con la versión que hay en la Academia, uno de los más sinceros y directos. El busto del pintor a la edad de sesenta y nueve años se coloca sobre un fondo oscuro, de tonos marrones, donde las marcas de remolinos que dibujó el pincel son perfectamente visibles. Goya se ha retratado enfundado en un batín, semejante al que llevaba en su retrato el discípulo Asensio Julià, bajo el que asoma la camisola blanca cuyo cuello ha sido evidentemente repintado. Toda la intensidad del retrato se concentra en las facciones, sin darle más importancia al atuendo o al fondo. La cabeza se gira ligeramente hacia la izquierda. El rostro, enmarcado por el pelo alborotado y ya grisáceo que deja a la vista una frente despejada, se dirige casi de frente hacia el espectador. Parece fatigado, enfermizo y algo nostálgico. A pesar de ello, su mirada transmite la resignación y la fortaleza del que ha atravesado diversas vicisitudes en su larga vida, y se muestra sereno e incluso orgulloso y digno. La actitud será la principal diferencia entre este autorretrato y su compañero de la Academia de San Fernando.
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