Fundación Goya en Aragón

Goya 1815 (a la izquierda, a la altura del hombro).

Habitualmente se ha creído que el autorretrato del Museo del Prado se hizo a partir de éste, aunque hoy sabemos que los dos fueron ejecutados en 1815, si bien desconocemos cuál fue primero, y cuáles las circunstancias exactas que motivaron la realización de ambos.
En el inventario de bienes de la Quinta del Sordo que redactó el pintor Brugada en 1828 (DESPARMET, L'œuvre..., 1928-50, t. I, p. 53), señaló un autorretrato de Goya, de busto, que parece identificarse con éste. Lo obtuvo Javier Goya, quien acordó con la Academia que, al liquidar las cuentas pendientes que tenían con su padre, les entregaría este autorretrato de Goya. En 1829, Javier Goya recibió el pago del retrato ecuestre de Fernando VII que la institución encargó en 1808, y depositó el autorretrato en la Academia.

Este autorretrato, tan parecido aparentemente al del Prado, es en realidad muy distinto. Las diferencias compositivas son mínimas, pudiendo resaltar la inclinación de la cabeza que es más acentuada aquí, dibujando casi una diagonal, como si el pintor estuviese asomándose por encima de su caballete. Aunque su pelo es más corto aquí, lleva el mismo atuendo: batín oscuro y camisón blanco con el cuello cómodamente abierto sobre el pecho. Igualmente, como en el autorretrato compañero, el busto del pintor mira de frente al espectador. Pero este Goya no está enfermo, ni fatigado, ni tan envejecido como el del Prado. A sus sesenta y nueve años, tiene la piel tersa, más sonrosada y parece más joven. La expresión de su cara refleja una cierta alegría a través de la media sonrisa que se intuye en sus labios, como si estuviera preparado para cualquier contratiempo que pudiera acaecer, pues muchos ha superado ya. La técnica pictórica es más empastada aquí, muy evidente en el blanco del cuello que parece querer evocar un adorno de encaje, y también en la parte izquierda de la frente. El fondo aquí es de un negro impenetrable, dotando al busto de Goya de un acusado relieve.