Fundación Goya en Aragón

F.^co Goya (ángulo inferior izquierdo).

Al regreso de Fernando VII del exilio, y por real orden de 1814, este retrato y su pareja, el del duque de San Carlos, fueron encomendados a Goya por la Junta del Canal Imperial de Aragón. Fue don Martín Garay, protector del Canal, quien saldó la cuenta de 19.080 reales con Goya y quien recibió los dos retratos, una vez estuvieron concluidos. Se colocaron en la Casa del Canal, sita en la plaza Santa Cruz de Zaragoza, concretamente en la Sala de Protección, después llamada despacho del Ingeniero-Director. Dado que la relación de los personajes con el Canal Imperial de Aragón no parece resultar digna de ningún retrato conmemorativo, es más probable que la vanidad del monarca motivase el encargo, por el que se vio además favorecido su ministro.
Las obras permanecieron en el palacio de la Casa del Canal hasta que en el verano de 1819 un incendio en los inmuebles contiguos hizo que fuesen trasladados de urgencia al Casino Principal. El 20 de junio de 1921 se llevaron en depósito al Museo, y se instalaron en la sala del grabado hasta la habilitación de la sala de Goya.

Fernando VII aparece visto de cuerpo entero, como requieren los retratos de personajes importantes. De entre los muchos retratos que le hizo Goya, éste es uno de lo más logrados, aunque la comparación con su pareja hace evidente que no es de ejecución tan brillante.
Enfundado en un traje negro con bordes dorados en las rodillas que sujetan las medias blancas, el monarca se cubre con un manto de color rojo vivo y piel de armiño, de bordados dorados. Debajo asoma la banda de caballero de la real orden de Carlos III y por encima del armiño, cuelga ostentoso el collar del Toisón de Oro. En una pose de lo más majestuosa, apoya su mano izquierda sobre la empuñadura de una espada de oro mientras que con la derecha sujeta un cetro. El rostro del retratado revela con total naturalismo su falta de atractivo, y su carácter desconfiado y obstinado. Tras él, casi sumida en la penumbra del fondo negro, aparece la corona de rey, apoyada sobre una mesa.
Las calidades lumínicas del manto real son de una ejecución exquisita, igual que los brillos de los dorados y los detalles de las condecoraciones varias que luce aquí el vanidoso Fernando VII.
La inscripción con la firma es apócrifa.