Clasificación
El Ex.mo S.or Duque de S.n Carlos / por Goya año 1815 (ángulo inferior izquierdo).
Historial
Véase Fernando VII.
Análisis artístico
José Miguel de Carvajal, Vargas y Manrique (Lima, 1771 - París, 1828), duque de San Carlos, conde de Castillejo y del Puerto, estuvo vinculado a Fernando VII cuando éste era aún Príncipe de Asturias. Fue entonces su ayudante y estuvo a su lado en el motín de Aranjuez contra Godoy y en la conspiración del Escorial. Se convirtió en mayordomo de palacio cuando Fernando VI tomó el poder, y en secretario de Estado cuando regresaron a España en 1814. Los favores del monarca lo convertirían además en director perpetuo del Banco de España y director de la Real Academia Española.
En el retrato de Goya aparece visto de cuerpo entero, con traje militar de color negro entorchado, medias blancas, un vistoso fajín rojo a la cintura y numerosas condecoraciones pendiendo de la casaca: el Toisón de Oro, la banda y la insignia de la orden de Carlos III y otras medallas. Con su brazo derecho sostiene el sombrero y una carta en la mano, mientras que la izquierda, más separada del cuerpo, se apoya sobre un bastón de mando, que otorga a la pose del duque un aire distinguido.
Es el rostro la parte mejor conseguida de la obra, realizado a partir de un estudio del natural que se conserva en una colección privada de Madrid. De hecho, son visibles en el lienzo, bajo la cabeza, las marcas de lápiz que Goya realizó para dibujar la cuadrícula que empleó en el traslado del busto del estudio a la obra definitiva. El gesto de los ojos algo contraídos, forzando la mirada como si estuviera enfocando para ver bien, hace referencia a la cortedad de vista del duque. Su miopía incluso le provocó la pérdida de su puesto como secretario de Estado, o eso alegó su querido Fernando VII para incorporarlo después a cargos diplomáticos en el extranjero. El rostro, visto de perfil, disimulaba este defecto y otros propios de su no muy agraciado físico, como la saliente mandíbula inferior o la nariz aguileña, que Goya plasmó de forma atenuada dentro del dominante realismo. El punto de vista bajo que monumentaliza la figura, la noble pose y el elegante acabado de los detalles del atuendo, hacen de este retrato un claro agradecimiento por parte de Goya al modelo, que intercedió en su favor para exonerarle de las sospechas inquisitoriales.
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