Clasificación
Historial
Esta obra forma parte de la serie de siete cartones para tapices de temática ferial destinados a decorar el dormitorio de los Príncipes de Asturias en el palacio del Pardo.
El 2 de octubre de 1777 se le entregaron a Goya dos listas con las medidas de los tapices que debían decorar los aposentos reales. La primera se componía de siete piezas para el dormitorio y la segunda de trece para el ante-dormitorio.
El 6 de enero de 1779 Goya hizo entrega a la Real Fábrica de una cuenta de seis nuevos cartones: La feria de Madrid, El cacharrero, El militar y la señora, La acerolera, Muchachos jugando a soldados y Los niños del carretón. Un séptimo cartón, el de El ciego de la guitarra, cuyo tapiz también iba a formar parte de la decoración del dormitorio, se entregó el 27 de abril de 1778 a la Fábrica, pero acabó destinándose al ante-dormitorio. Hemos de suponer que los seis cartones mencionados fueron realizados entre ambas entregas del 27 de abril de 1778 y del 6 de enero de 1779. Una carta de Goya dirigida a su amigo Martín Zapater el 9 de enero hace alusión a "cuatro cuadros" que Carlos III y los príncipes de Asturias apreciaron especialmente. No se especifica cuáles son pero, dado que la entrega la hizo tres días antes de escribir la carta, es muy probable que se trate de alguno de los de esta serie. No es de extrañar que los cuadros fueran del agrado de sus majestades, ya que el tema de los tipos de España era muy apreciado por el gusto ilustrado.
Hacia 1856 ó 1857 este cartón se trasladó de la Real Fábrica de Tapices de Santa Bárbara al Palacio Real de Madrid. En 1870 ingresó en el Museo del Prado por órdenes del 18 de enero y 9 de febrero.
Análisis artístico
El tapiz de La feria de Madrid iría colgado en la pared este del dormitorio real, enfrentado al de El cacharrero.
Es éste uno de los cartones de Goya más aclamados. Se representa una escena en la que una pareja de nobles se acercan a la feria y están mirando el puesto de un anticuario, acompañados del connaisseur que mira los cuadros atentamente a través de sus anteojos. Destacan los brillos tornasolados de la ropa del caballero y el detallismo del chal de la petimetra, así como las calidades metálicas del bodegón que se dispone en el suelo en primer plano, sin duda aspectos difíciles de traspasar al tapiz. En contraste con el foco de luz que ilumina a los elegantes señores aparece el anticuario en un logrado contraluz.
Al fondo se recorta sutilmente sobre el celaje el contorno de la cúpula de la iglesia de San Francisco el Grande, tan reiterada en las obras de Goya por ser novedad, ya que se terminó poco antes de 1777.
Se ubica la escena en el lugar tradicional de la feria anual, donde actualmente se celebra el rastro, en la Ribera de Curtidores y la plaza de la Cebada de Madrid.
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