Corrida. Suerte de varas
Clasificación
Pintado en Paris en Julio de 1824. / Por / D.n Fran.co Goya. / JMF (en el reverso).
Historial
Esta obra fue pintada durante la estancia parisina de Goya en julio de 1824, donde estuvo alrededor de tres meses tras abandonar Madrid y antes de establecerse en Burdeos. Así lo expresa la inscripción realizada por Joaquín María Ferrer, según indican las iniciales. Parece pues que fue pintada al mismo tiempo que los retratos de Ferrer y de su esposa, Manuela Álvarez Coiñas de Ferrer, y que fue éste quién hizo el encargo de la obra al pintor, con quien mantenía una cordial relación.
Tras haber pertenecido a Ferrer, la obra pasó, en algún momento anterior a 1900, a la colección del marqués de Baroja, en Madrid. Por herencia pasó después a formar parte de la colección de la marquesa de Gándara, en Roma. El 9 de diciembre de 1992 se vendió en Sotheby's de Londres (lote nº 84) y fue adquirido por el Museo Getty.
Análisis artístico
El tema de los toros ya lo había tratado Goya en varias ocasiones: en el "capricho" de la Academia San Fernando Corrida de toros, en la serie de cuadritos que acometió durante su convalecencia en 1793 y en la serie de grabados La tauromaquia. En Burdeos volverá a este asunto acometiendo un grupo de pinturas y la serie de cuatro litografías denominada los Toros de Burdeos.
La escena capta el momento de la terminación de la faena en la modalidad conocida como la suerte de varas. El fondo de la composición está apenas esbozado a partir de pinceladas ligeras y aguadas que sugieren la barrera de la plaza de toros y la muchedumbre asistente. Los personajes del primer plano, toreros y picadores, contrastan en su factura con el sencillo fondo, ya que están ejecutados a base de gruesas y coloridas pinceladas. El grupo de diestros enfrentado al toro crea una gran tensión, contraponiendo la brutal actitud de los hombres con la pasividad del animal, que mira hacia otro lado. El astado está en pie, sin intención aparente de arremeter contra nada, mientras que el picador, subido en su montura destripada, trata de provocarle apuntándole con la puya. Otro caballo yace herido en el suelo, y más lejos, abandonado sobre la vacía arena del ruedo, se adivina el perfil desdibujado de un tercero. Goya ha retratado a los animales de esta obra como las verdaderas víctimas de la fiesta que tanto llamó su atención.
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