Clasificación
Historial
Esta obra formaba parte de la colección de Manuel Godoy. A raíz del motín de Aranjuez en 1808 y la abdicación de Carlos IV en ese mismo año, la obra fue secuestrada junto a otros bienes por orden de Fernando VII. Entre los años 1808 y 1813 se depositó con La maja desnuda en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y en 1813 fue confiscada por la Inquisición. Entre 1836 y 1901 estuvo en la Academia madrileña hasta 1901 en que entró a formar parte de la colección del Museo Nacional del Prado, en cuyo catálogo se menciona por primera vez en 1910.
Análisis artístico
Este lienzo, vinculado a La maja desnuda, se cree que pudo ser pintado unos años después que ésta.
La primera mención que se hace a este cuadro se remonta al año 1808 en el inventario que Frédéric Quilliet, agente de José Bonaparte, confeccionó sobre las propiedades de Manuel Godoy (Badajoz, 1767-París, 1851). En 1813, en el inventario de la incautación de los bienes de Godoy por el rey Fernando VII, se hace una referencia a las majas como gitanas.
La maja está tumbada sobre un costado en un sofá verde cubierto en parte con una colcha blanca y almohadones. Tiene las piernas ligeramente flexionadas y los brazos tras la cabeza. Está vestida con transparencias que se ajustan bajo el seno con un fajín de seda rosa y sobre los hombros lleva una chaquetilla amarilla con borlas negras. Calza unos chapines del mismo tono que la chaqueta. Bajo la cadera de la dama sobresale un objeto rojizo que algunos autores han interpretado como la empuñadura de una daga o puñal, aunque otros estudiosos creen que se podría tratar simplemente de abanico cerrado.
El artista hace uso de una mayor libertad pictórica en este cuadro con respecto a La maja desnuda, mucho más académica. Utiliza pinceladas sueltas y pastosas con las que se recrea en las vestiduras de la maja. Capta con habilidad las veladuras del tejido blanco que cubre su cuerpo y el brillo del fajín rosado y de los chapines. Se detiene en el encarnado del rostro y en los cabellos negros.
La postura de la maja delata ciertas concomitancias con otro retrato femenino de Goya, el de Joaquina Téllez-Girón y Pimentel, marquesa de Santa Cruz (1805, Museo Nacional del Prado, Madrid). Ambas están vestidas, casi caracterizadas, con los ropajes que quizá mejor podrían adaptarse a sus personalidades. La que aquí nos ocupa de maja y la marquesa de Santa Cruz de Erato, musa de la poesía amorosa. Ambas resultan seductoras por su postura y por su actitud que desafía al tradicional recato femenino, así como por la inteligencia y la intencionalidad de su mirada, que delata la personalidad decidida y activa de estas mujeres. En estos cuadros Goya demuestra que tanto o más seductora puede ser la inteligencia y la actitud de una mujer que su desnudez.
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