La parábola de los convidados a la boda
Clasificación
Historial
Goya estuvo por primera vez en Andalucía en 1793 recuperándose de una enfermedad, pero es poco probable que ya entonces se le encargara la decoración pictórica del Oratorio de la Santa Cueva de Cádiz. La fecha más plausible para la ejecución de estos trabajos sería en torno a 1796, ya que de nuevo se encontraba por Andalucía. Durante ese año estuvo visitando a su amigo Ceán Bermúdez en Sevilla, después pasó el verano con la Duquesa de Alba en Sánlucar, y entre diciembre de 1796 y enero de 1797 cayó de nuevo enfermo en Cádiz. También es posible que enviara las pinturas desde Madrid, pues es sabido que en mayo o junio de 1797 ya estaba allí.
El oratorio se erigió encima de la Santa Cueva original, una capilla subterránea en la que la Cofradía de la Madre Antigua celebraba sus reuniones. Se construyó entre 1793 y 1796 bajo el mecenazgo del Padre Sáenz de Santamaría, encargándosele su construcción al arquitecto Torcuato Benjumea. Las obras duraron tres años, quedando consagrado el oratorio por el Obispo Don Antonio Martínez de la Plaza el 31 de marzo de 1796.
En su interior se encuentran cinco lunetos decorados por una serie de lienzos con un programa iconográfico claro, el misterio de la Eucaristía, pues la intención del fundador del recinto era la de dedicarlo al Santísimo Sacramento.
Tres de estos cinco lienzos son de Goya: La parábola de los convidados a la boda, La multiplicación de los panes y los peces y La Santa Cena. Los otros dos lienzos son Las bodas de Caná de Zacarías González Velázquez y La recolección de maná de José Camarón.
Este programa iconográfico se complementa con dos altorrelieves en estuco de Cosme Velázquez, San Luis Gonzaga recibe la comunión de manos de San Carlos Borromeo y Un ángel da la comunión a San Estanislao de Kostka, los cuales se sitúan en el resto de los arcos.
No hay documentación que certifique todo esto, hasta 1813, cuando el Marques de Maule hace referencia a las pinturas de Goya en su libro.
Análisis artístico
El oratorio es de planta elíptica, y su interior se ordena a base de siete arcos adosados sobre pilastras. Cinco de ellos se encuentran decorados por una serie de lienzos. Tres de estos semicírculos son de Goya. En ellos se observa cómo utiliza el color para establecer contrastes e individualizar los diferentes grupos de figuras que conforman sus composiciones. Se sirve de un ritmo unificador, gracias al cual Goya dota a sus obras de un carácter narrativo como si él mismo hubiera sido testigo directo de las escenas.
Utiliza una pincelada deshecha y fragmentada, con toques múltiples yuxtapuestos que generan manchas. Es el color el que modela las figuras y objetos. Trabajó de manera rápida, sin vacilaciones, pues las correcciones son mínimas.
Realizó unos bocetos antes de proceder a ejecutar las obras definitivas. Se conservan dos de ellos, el de La multiplicación de los panes y los peces y el de La Santa Cena.
El lienzo de Goya, La parábola de los convidados a la boda, se encuentra en el lado de la Epístola. Se basa en la escena narrada en el Evangelio de San Mateo, capítulo 22, versículos 1-14, donde se cuenta la expulsión de un convidado que se atrevió a ir al banquete de bodas del hijo de un rey sin el atuendo adecuado, en referencia alegórica a la disposición que se requiere para entrar en el Reino de los Cielos.
En primer término se ve al rey y a su lado el invitado sujeto por los servidores, mientras el banquete se relega al fondo.
La escena está representada con gran pomposidad y teatralidad, en la que se enfrentan dos grupos cargados de dramatismo. Transcurre en una gran sala, con suelo elevado con un escalón por el lado derecho, y de la que asoma una parte del muro por el mismo lado, a la vez que en la pared del fondo indica el arranque de un abovedamiento con dos curvas en sentido opuesto. Se crea una línea divisoria entre los dos grupos, creando un vacío en medio que permite que nuestra vista recorra el espacio en profundidad, hasta llegar al banquete. De este modo se separan, a la izquierda queda el rey y sus acompañantes, escena cargada de un rico cromatismo, y al otro lado el grupo del castigado, en tonos grises y pardos.
La ejecución de la obra es muy espontánea como se puede comprobar en las abocetadas figuras del banquete, compuestas a base de pinceladas muy sueltas tan propias de Goya.
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