Clasificación
Historial
Boceto de un cartón para tapiz que no llegó a ejecutarse y que formaba parte de la serie destinada a decorar el dormitorio de las infantas, encargo que Goya recibió a finales de 1787 (véase La gallina ciega).
El boceto fue adquirido al artista en 1798 por los duques de Osuna y permaneció en el gabinete que la duquesa tenía en la Alameda hasta su venta cuando la quiebra de la casa ducal en 1896, en la que lo compró el Ministerio de Fomento e Instrucción pública para el Museo del Prado por el precio de 15.000 pesetas. Ingresó en la pinacoteca el 5 de junio de 1896.
Análisis artístico
Pensada para convertirse en cartón para tapiz, esta obra quedó en boceto, impidiendo la creación del que sin duda hubiera sido el lienzo más grande jamás pintado por el artista, y seguramente una de sus mejores realizaciones. Lamentablemente, la muerte de Carlos III en diciembre de 1788 interrumpió los trabajos de decoración del palacio de El Pardo, que la familia real dejó de frecuentar.
La pintura ha recibido muchos halagos. Arnaiz destaca la complejidad de la composición, su ejecución abreviada y el afinado color. Camón Aznar dice que ni los venecianos dieciochescos crearon un conjunto tan delicado.
En el perfil del horizonte se distinguen las siluetas del puente de Segovia, de San Francisco el Grande y del Alcázar Nuevo. Es un lugar bien conocido por Goya gracias a la proximidad del Palacio Real y de la casa de los duques de Osuna. Años después también su propia casa de la Quinta del Sordo estaba muy cercana.
La manera de componer el lienzo recuerda al trabajo de otros artistas en los que Goya pudo inspirarse, como la Vista de Zaragoza de Juan Bautista Martínez del Mazo, Las parejas reales de Luis Paret, algunas vedute de Madrid de Antonio Joli o el trabajo del francés Claude-Joseph Vernet.
El tema de las celebraciones religiosas llamaba la atención de políticos, intelectuales y artistas, y no solo pintores. En el sainete de Ramón de la Cruz que lleva el mismo título que esta pintura encontramos un magnífico paralelismo literario a esta representación de la fiesta de San Isidro Labrador. En dicha representación los distintos grupos sociales están enfrentados mientras que en la obra de Goya parecen mezclarse amigablemente. Los ilustrados con los que el artista mantenía buena amistad se oponían a este tipo de celebraciones ya que a menudo iban acompañadas de trifulcas en las que debían intervenir las autoridades. En cambio la imagen que Goya nos ofrece de esta celebración es absolutamente ideal.
El boceto de La pradera de San Isidro había traído muchos quebraderos de cabeza a Goya, quien escribió una carta a su amigo Martín Zapater diciéndole que trabajaba con mucho empeño en el difícil asunto de la pradera en el día del santo, con todo el bullicio que eso suponía. De hecho, el boceto presenta gran variedad de color y una multitud innumerable de figuras, lo que llevó a algunos autores como Mayer y Beruete a pensar que de ninguna manera podía ser éste un boceto para un cartón que debía ser tejido. Sin embargo, si se tienen en cuenta las medidas especificadas por el carpintero Serrano para el bastidor que habría empleado Goya en el cartón definitivo, equivalentes a 348 x 752 cm, habría espacio suficiente para todos los detalles. Además, tal y como ocurrió con el único cartón ejecutado de esta serie La gallina ciega, Goya simplificaría la composición ligeramente para facilitar el trabajo a los tejedores.
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